lunes, 14 de noviembre de 2011

Último minuto

Bill enserio, no sé para qué pretendes enviándome notas como si fuéramos estudiantes y estuviéramos en medio de una clase. Si quisiera hablar contigo, hubiera contestado alguna de tus numerosas llamadas.  Has hecho tu elección, lo entiendo y te deseo lo mejor, pero no puedes pretender que nosotros sigamos siendo amigos. Teníamos nuestros planes, ¿recuerdas?

Sí, te echo de menos, ¿te tengo que recordar mis sentimientos?  

Por favor, deja de llamarme y enviarme mensajes. Quiero rehacer mi vida después de esto.

Tom



Relee la carta de Tom una vez más, podría recitarla de memoria de las veces que se la ha leído.  Puede apreciar dónde ha rayado tan fuerte el bolígrafo sobre el papel que ha dejado marca, palabras tachadas al no ser las adecuadas, lo fuerte que apretaba el bolígrafo en el momento de escribir. Se puede imaginar la seria cara de Tom, los rasgos duros, su mirada indescifrable de ojos marrones, su cuerpo tenso al hacer algo a lo que no está acostumbrado. Pasa su mano por la carta, suspira.  Es incapaz de creer que Tom quiera poner punto y final a cualquier tipo de contacto que puedan tener. La dobla y la guarda en el primer cajón de su escritorio junto a las demás respuestas que le envió. Entre ellas, encuentra el colgante que le regaló, lee el grabado que tiene la placa “B&T 16/3/2009”. Tom se lo devolvió con la primera carta. Vuelve a cerrar el cajón bajo llave. La puerta de su habitación se abre, una señora rubia, alta, con rasgos finos y delicados al igual que su hijo, aparece en ella.

-Han llegado Bill. –Asiente y se levanta de la silla. De una fugaz mirada al espejo que tiene  en la puerta del armario. No es el mismo. Pero nada. Desde que él y Tom lo habían dejado, tenía pesadillas, no comía bien, estaba sin vida, todo esto tenía sus consecuencias: Ojeras, había adelgazado y se le empezaban a marcar los huesos y había perdido la sonrisa y el brillo en los ojos que lo caracterizaban. Al pasar por el lado de su madre, esta lo detiene. - ¿Estás seguro? Te gustan los hombres Bill, no las mujeres. No cometas un error.

-Cada uno se tiene que hacer responsable de sus actos.

-Podrías hacerte responsable y seguir con Tom.

-Mamá, enserio, todo está bien. –Sonríe forzando una media sonrisa.

-No lo está. Maduraste demasiado pronto y de golpe. Aún estas a tiempo de tirar atrás. Estás en la edad de hacer locuras. –Le acaricia la mejilla a su hijo y se dirige al piso de abajo dónde lo esperan los invitados.

Bill sigue a su madre con la mirada, cuando   la ve desaparecer por el agujero de las escaleras, ve que no puede retrasar, aún más, el momento. Suspira llenando sus pulmones. Intenta apartar los recuerdas con Tom que quieran acechar sus mente, cada una de sus palabras que parecían ser cuchillos afilados que se clavaban en su corazón. Con movimientos robóticos avanza por el pasillo, con el suelo de parquet con una alfombra roja traída de Túnez. Tiene la sensación que a medida que avanza, el pasillo se estrecha impidiendo que pueda escapar, facilitándole el camino y que no sea capaz de perderse, guiándolo hacia “su muerte”. Baja las escaleras, gira a la izquierda, y tras una doble puerta de madera maciza, llega a su última cena. No más de cincuenta invitados se encuentran en esa sala. Caras importantes del mundo de los negocios y familiares. Vestidos de etiquetas, mujeres llenas de joyas y bañadas en perfumes caros. Busca con su mirada a su madre. Está hablando con los padres de Katherine, la mira y sonríe, su pelo rubio recogido en un moño, un vestido azul claro ajustado largo hasta las rodillas y los zapatos de tacón. Está preciosa.  Se acerca a ella buscando las fuerzas necesarias para no salir corriendo de allí, ir a buscar a Tom, la protección de sus bazos, la calidez de su mirada.

-¡Bill! ¡Muchacho! –Le estrecha la mano animadamente el padre de Katherine, Pedro. -¿Cómo estás?

-¿Bien, usted? –Finge una sonrisa.

-¿Cuántas veces tengo que decirme que me tutees?

-Creo que una vez más, como siempre. –Bromea. -¿Y Katherine?

-Ahora llegará, ya sabes cómo son las mujeres. Se ha entretenido con su madre en casa. –Da un trago a su copa de champan.

Y llega el indeseado momento. Cualquier otra persona estría contenta, dando saltos de alegría. Él no. Tenía la sensación, de que alguien lo apuntaba con una pistola en la frente. Empieza a sudar. Todas las miradas estaban clavadas en él, en la preciosa chica de una larga cabellera morena, rasgos finos, delicados, piernas largas y suaves, esa esbelta figura con una cintura estrecha, que lo acompaña, sus manos cogidas y dedos entrelazados, en el anillo de compromiso que ocupa el dedo anular de  la chica. Busca la voz que se ha ido corriendo de su garganta, se dispone hablar.

-Damas, caballeros. Hemos organizado esta cena para anunciaros una noticia. Katherine y yo, vamos a casarnos.

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